"Una mujer llamada Muerte" Es un cuento fantástico en formato de novela - narrativa, ambientado en la preciosa ciudad colonial de Cartagena de Indias (Colombia).
En él, se da rienda suelta a la fantasía de los personajes, que se entremezclan con los maravillosos ambientes cargados de historia de la “Heroica“.
Está editado por editorial Pelícano en formato de novela de bolsillo.
Dice el editor:
ANTONIO MEDINA GUEVARA nos deja ver en esta obra la magia de sus letras y su gran imaginación, y con ello, bien responde al por qué es uno de los autores más actuales y de mayor futuro en este género.
Libros y escritores:
No tengo información de este escritor de nacionalidad española, pero pronto la conseguiré. Está en esta sección porque he querido reseñarlo. Tengo simplemente la referencia de un trabajo titulado “Una mujer llamada muerte” que tuve ocasión de leer con mucha atención y del cual puedo decir, es sorprendente. Aquí lo reseño para ustedes.
Fragmentos del libro:
Anduvo por las callejuelas con sus pensamientos puestos en su cuerpo y en sus ojos como pozos oscuros. Siguió en su camino, arrancado a su paso flores colgantes de los muros de las casas y antiguos conventos; cruzó la calle de las Damas, recordando su niñez miserable, luego quebró hacia el Palacio de la Inquisición en dirección al parque de Bolívar y siguió hasta que llegó a la Plaza de los Coches; saludó con la mirada al orgulloso de don Pedro de Heredia y, después de pasar por el Portal de los Dulces, salió hacia el mar pasando bajo la Torre del Reloj que parecía regalarle todo el tiempo de aquél día…
...
Y a veces, cuando la brisa le acercaba el sonido que llegaba de a lo lejos, de los acordes diluidos de un ballenato, se le veía mover entreabiertos sus labios y rítmicamente sus pies y la parte alta de su esqueleto…
...
Se fue Arnaldo de la casa dejando su pecho dentro. Olvidando a todo y a todos; andando durante horas por las callejuelas y sin destino aparente. A final paró. Se sentó bajo las palmeras del Parque de Bolivar de espaldas a un fuente que rompía su catarata de agua al monumento, miro para atrás al sonido y vio al viejo que leía las manos. Le dijo:
—Tenías razón viejo. Vengo de ver a la muerte. Esa mujer mata con su mirada igual que el sol al rocío.
—¿Verdad que es bella? —le contestó preguntando y mirando con la vista perdida y ciega.
Y a veces, cuando la brisa le acercaba el sonido que llegaba de a lo lejos, de los acordes diluidos de un ballenato, se le veía mover entreabiertos sus labios y rítmicamente sus pies y la parte alta de su esqueleto…
Decían del viejo, que lo veía todo, hasta lo invisible; o mejor dicho, que no veía nada. Solo leía las marcas de las manos y presagiaba el futuro tocando a los demás con las suyas a los ojos. Así se ganaba su mísero sustento.
Le explicó Arnaldo un poco de lo pasado —pero solo un poco, que no era cuestión de airear sus asuntos; además, alguien podría tomarlo por un loco—, y el ciego pasó su mano derecha rozando su rostro; se paró en los ojos…
—Tenías razón viejo. Vengo de ver a la muerte. Esa mujer mata con su mirada igual que el sol al rocío.
—¿Verdad que es bella? —le contestó preguntando y mirando con la vista perdida y ciega.
—¡Bella es poco…, es hermosa!
—Tienes suerte y a la vez desgracia —le dijo el viejo—. Quien la ve se queda prendado, se va y ya no vuelve. Algunos, muy pocos, la vieron y no se fueron… Yo fui uno de esos…, yo la vi al quedar ciego y desde
entonces no quiero recuperar la vista…, así puedo verla.
—¡Yo la quiero!. —le dijo Arnaldo apenado.
—Sufrirás y la harás sufrir… ¡Ella es la muerte…!, pero no olvides, que también es mujer y tiene un corazón que sufre.
Ni lo escuchaba…
...
Y allí, otro niño; este, negro como una noche y delgado como un suspiro, dormitaba en el suelo sobre una manta roída y vieja. Sus ojos, entornados a la luz que se filtraba por entre las rendijas de barro y excrementos, que componían su choza, habían olvidado sus sueños de explorador de confines cercanos; mientras que su piel brillaba bañada por la humedad de constantes fiebres, a la vez que añoraba las frescas transparencias de ríos y lagos.
Aún recordaba en su tierna piel, el calor húmedo de la selva y los aromas secos de la sabana en los interminables veranos; habían olvidado sus oídos el rugir de los leones y las risas de las hienas a la claridad de las noches de luna…, y en los pocos momentos, en que las moscas le olvidaban, volvían a su memoria las canciones de su madre que se adelantó al cielo…, tal vez, para no verlo morir.
No sabía, si dormía o soñaba, cuando la mujer de la mirada clara se presentó a su vista…
Enlaces:
[1] http://www.eluniversal.com.co/v2/terminos-y-condiciones-de-uso-de-eluniversalcomco-y-portales-asociados