Centro de Cartagena
-El respeto a la mujer es sólo de boca para afuera-
Como cualquier otro día de semana, el pasado miércoles 5 de febrero a las 9:00 a.m., tomé un colectivo en Crespo que se dirigía hacia el Centro. Por lo general y cuando quieren, estos colectivos llegan hasta la esquina del Éxito La Matuna, en la Calle de la Moneda.
Yo iba sentada en la silla delantera derecha esperando llegar a la esquina mencionada para bajarme. Cuando llegamos, miré por el espejo retrovisor derecho para verificar que no viniera nadie, y efectivamente no había nadie. Me incliné a tomar un bolso que traía en los pies, y cuando abrí la puerta y en cuestión de segundos, se atravesó un hombre en una bicicleta a toda velocidad.
De acuerdo al Artículo 95, del Código de Tránsito “Los conductores de bicicletas, triciclos, motocicletas, motociclos y mototriciclos no deben adelantar a otros vehículos por la derecha. Siempre utilizarán el carril libre a la izquierda del vehículo a sobrepasar”.
El hombre por el impacto de la puerta con su bicicleta, se cayó en el andén. Yo, inmediatamente me bajé del carro para auxiliarlo. Pero para mi sorpresa, el hombre alto, blanco pero quemado por el sol, delgado, desgarbado, con la barba canosa de varios días sin afeitar, con ropa tipo Safari, aún sentado en el andén me pegó un puño muy fuerte en el muslo derecho. Al ver su reacción agresiva le dije que qué le pasaba, qué cómo se le ocurría pegarme, al mismo tiempo en que tomaba mis cosas y caminaba para alejarme del sitio. Lo que no me esperaba es que cuando dí la espalda, este hombre abusivo (si, no tiene otro nombre) se levantó y me pegó otro puño en la espalda a la altura de mi hombro izquierdo. Obviamente quedé paralizada por el estruendo y por el dolor. Una vez me agredió, cogió su bicicleta como si nada y huyó como alma que lleva el diablo.
Yo quedé paralizada y no reaccioné para defenderme en el momento, pero cuando vi que se alejaba a toda velocidad en su bicicleta, sentí que el dolor se incrementaba, así como la rabia profunda y la impotencia por la agresión. Y por si fuera poco, alrededor hay muchos hombres con negocios informales, ninguno fue capaz de ayudarme o defenderme de la fuerte agresión de este intolerante hombre. Lo único que hacían era decir que yo tenía la culpa y me gritaban palabras soeces.
Evidentemente no había ningún policía en el lugar y yo en mi impotencia esperaba que alguien me ayudara, pero no, quedé sola con la rabia y el sin sabor que me dejó tener que seguir caminando varias cuadras hasta mi oficina, como si nada hubiera pasado. La gente sólo miraba expectante y pasiva, nadie hacía nada pero si decían en su ignorancia miles de barrabasadas. Yo sólo caminaba, mientras sentía vulnerados mis derechos. Me sentía atropellada, maltratada, abusada y burlada.
Una vez llegue a la oficina, me volví un manojo de llanto y de nervios, porque allí finalmente pude contar lo que había pasado y tenía el respaldo y el apoyo de mis compañeros de trabajo. Ya han pasado varios días y aún las personas a quienes les conté la historia no lo superan. Mientras tanto yo reflexiono cómo en una ciudad como Cartagena existe gente que adolece de valores como el respeto por la mujer, la tolerancia y la solidaridad. Cómo es posible que en el mundo prime gente con tanto odio y agresividad y haya ausencia total del amor de Dios en sus corazones. Y si ahondáramos más en el tema, hay una cantidad de factores sociales que afectan a esta ciudad y que son la causa del abuso y el maltrato a miles de mujeres, niños y ancianos de nuestro país.
Sofia Santoro
Sofiasantoroo@gmail.com
* Este texto es un caso de la vida real. La protagonista de la historia no quiso incluir su nombre por cuestiones de seguridad, sin embargo, decidí publicarlo por respeto a la mujer.