Turbaco
En este primer día del año 2014 decidí subir por primera vez en mi extensa vida a las festividades taurinas del corregimiento de Turbaco, Bolívar, incitado por la invitación con todo pago de mi primo Pocho, sin mucho preámbulo ni resistencias emprendimos la ida en compañía también del amigo Deovanis Madera, a la entrada un señor que nos propone con cierta insistencia un parqueadero para nuestro auto, con la típica marrullería del que ofrece sus servicios de forma extralegal nos induce a que lo dejemos, aduciendo que la corraleja quedaba a unos quinientos metros de ese sitio, al borde del convencimiento, el tipo comete un error de titubeo e inferimos enseguida que mentía y decidimos seguir en el carro y dejarlo detrás, tres kilómetros después bajo el ardiente sol turbaquero encontramos la plaza de toros y un puesto de parqueo a unos cien metros del artesanal cerco taurino.
Deovanis se mostraba emocionado en medio de la muchedumbre y blandamente se dejó convencer por un vendedor de ponchos y sombreros, quien lo atavío enseguida con uno en el hombro y otro en la cabeza y a cambio le pidió treinta y cinco mil pesos, su apariencia cambio enseguida a la de Don Deovanis.
Encima del palco, me entretuve mucho en el papel de cada una de aquellas personas que acuden a esta plaza de toros, incluyéndome a mí, que fui a ver a qué iban los demás.
Lo primero que noté, y se lo comenté al primo pocho, fue que las personas que están dentro de la plaza, no lo hacen por placer sino porque no tienen para subir palco, porque no le veo sentido a estar allí dentro.
El primer toro, un animal negro de más de cuatrocientos kilos corriendo a unos 80 kms por hora aplastó a cuatro de los valientes que lo esperaban haciéndole sañas y señas para llamar su atención; el alarido de las mujeres no se hizo esperar y el presagio de una buena tarde de toros nos llenó de júbilo; una mujer vendía cervezas y ron diagonal a donde yo estaba, lo que me quitaba un ángulo de 30 grados, incluyendo el mejor punto de la plaza que es la salida del toro; el segundo toro, un enjuto animal, pasó sin pena ni gloria y fue amarrado rápidamente por los rudos amarradores, quienes tienen unos ayudantes que cumplen una tarea curiosa que consiste en enrollar rápidamente los doscientos metros de cabuya aproximadamente con que amarran los toros y correr o caminan al mismo ritmo detrás del amarrador para que este tenga la comodidad de cumplir su faena. La mujer que vendía cervezas de vez en cuando iba y atendía algún cliente y la plaza estaba totalmente a la disposición de mi vista, pero volvía y con su masa corporal me privaba de un buen espacio de esta. El estridente sonido de los picós que sonaban en las casetas que construyeron adyacentes a la plaza le quitó todo el sabor auditivo típico de las corralejas que son las bandas; las cuales a veinte metros de donde estábamos sentados, solo sabíamos que estaban sonando por la hinchazón de las venas del cuello de los músicos. Alrededor de toda la plaza, justo donde termina el palco y empieza el entrelazado de madera, un mundo de vayas de políticos. Modesto: me imagino que es el exdirector de tránsito de Turbaco que cogieron ebrio conduciendo, estaba Nidia Blel, jum, Pedrito Pereira y Silvio, el que pretendía regalarle un burro a Obama quien pasó cerca de nosotros con alrededor de treinta escuderos vestidos de rojo que lo seguían con caras de afortunados por ser de su cuerda, iba saludando uno a uno de los asistentes, menos a nosotros tres que decidimos ignorarlo y por tal motivo siguió de largo con su cola de lagartos y su proselitismo barato. En la corraleja habían aproximadamente cincuenta hombres con pancartas con fotos de él, anunciando que se lanzaría a la cámara por el Partido Liberal, lo mas insólito, y sé que muchos no creerán, es que los toros salían con un letrero que algún osado les puso en el lomo con pintura de spray que decía Silvio.
Los toros siguieron saliendo de uno en uno, perdí la cuenta en diecinueve, justo cuando se desató la reyerta de la tarde; pero cuando el sexto toro salió, lo hizo con muchos bríos y alcanzó a coger a un tipo que lucía un overol enterizo que recogía las crispetas y caramelos que tiran los albaceas de los ganaderos dueños de los toros de la tarde, los cuales ubican hombres con espíritu romano en puntos estratégicos de la plaza para que tiren al pueblo crispetas y caramelos para que se acumulen y el toro tenga más oportunidad de herir o en el mejor de los casos, para ellos, los maten; este hombre con gran audacia llenaba el overol con grandes cantidades de estas golosinas, pero un pequeño fallo de cálculos lo dejó a merced del astado que lo envistió con sus cuernos, lo levantó unos tres metros y lo esperaba nuevamente y repitió esta operación tres veces en dos segundos, hasta que el desmenguado cuerpo quedó inerte en el suelo sobre el colchón de crispetas que llevaba encima. Mas adelante por allá en el toro doce me llamó muchísimo la atención un par de banderillas que le puso un mocho del brazo derecho a un toro, no contaré como se las puso, porque no sé cómo lo hizo, era mocho de su brazo derecho justo en el codo y con las dos banderillas en su mano izquierda se levantó y cuando vi fue al toro con su par de rehiletes sobre su morrillo, después de este hecho fue que caí en la cuenta de que era mocho de un brazo, me imagino como lo perdió. Me abrumó también la cobardía de un hombre que montaba un hermoso ejemplar equino y al verse envestido por el toro abandonó a su camarada a merced del cornúpeta que lo envistió con tal fuerza, que lo levanto y lo puso sobre su lomo, dando la sensación por un segundo que era un toro de dos pisos, pero el segundo piso era un caballo. Una evasión de unas banderillas mal puestas, me hizo pensar que en tierra de ciegos el tuerto es rey, en mi tierra hubiese sido abucheado.
Siendo las cuatro de la tarde, el ruido ensordecedor de los picós que sonaban en nuestra retaguardia al cual ya nos habíamos acostumbrado un poco, se vio abruptamente suspendido y en su lugar una voz imploraba calma, todos los que estábamos en el palco, giramos 180 grados y nos olvidamos de los toros para pegar nuestros ojos a las hendijas de las tablas y contemplar presos del asombro la reyerta sin cuartel que se libraba entre los asistentes de una caseta y otra, puñaladas, botellas, piedras, puños, patadas, baldes, latas llenas de cerveza, palos, troncos, pedazos de zinc, estacas, machetes y todo lo que se pudiera utilizar como armas intercambiaban estos muchachos, las mujeres corrían de un lado a otro agarrando a sus aguerridos acompañantes y otros corrían por sus vidas, mi primo pocho ya bajo los efectos de la botella pipona de aguardiente que se había tomado con Deovanis, me dijo entre risas, esto es lo que vale los treinta y cinco mil pesos de la entrada, yo estaba temblando de miedo, porque ya estaban entrando al redondel de la corraleja y sin mentir hasta el mismo toro que brindaba su faena en ese momento lo sentí amedrantado; arrancaban los palos que sostienen los palcos para utilizarlos como armas; hostigados por mi insistencia, ellos decidieron que bajáramos, aunque la bajada daba justo a la entrada de las casetas, que era el epicentro o mejor el ojo del huracán en ese preciso instante.
Gracias a Dios y la virgen del Carmen, salimos de este campo de guerra.
Comentarios
2014-01-13
7:48 AM
Tal cual, buena fotografia de lo sucedido..
2014-01-09
10:37 AM
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